Te escribo de madrugada, cuando te pienso.
La luna es mejor psicóloga de lo que pensáis.
Me culpo a oscuras, lloro en silencio; la primera vez te fuiste, la segunda te dejé ir, y quizá no me lo perdone nunca porque la vida da segundas oportunidades, pero no terceras, no supe aprovecharte, y mi orgullo, (ese que ahora mismo me trago y que, juro, sabe amargo) me la jugó, como si de cartas de póker se tratase lo nuestro, cómo si toda mi vida fuese un juego en el que tienes que apostarlo todo, y por miedo a perder, acabas no apostando.
Quizá soy mediocre y cobarde, quizá no supe quererte pero, te quise, a mi manera claro, pero te quise.
Quizá fue un sentimiento profundo y momentáneo, quizá fue tan intenso que acabó siendo efímero, pero te aseguro que fue real. Real como tú y yo, no fuimos tan imaginarios como en mi cabeza, no andábamos tan desencaminados de aquello que llaman amor.
Al final todo queda en premisas absurdas, y yo quedo igual que en cada carta indirecta que te escribo, igual que empiezo, termino: pensando en ti, sin respuestas, sin alivio y por supuesto, sin sentido.
(Quiéreme, aunque sea entre paréntesis)
No hay comentarios:
Publicar un comentario