Siempre tuve la mala costumbre de dejar que se me rompieran las medias; carreas, hilos que se escapan, agujeros inesperados... Siempre me dio pena tirarlas, y acabé formando una colección de roturas inacabada. Una vez que están rotas, no sirven. No quedan bonitas y en cualquier caso, es imposible coserlas sin hacer un destrozo mayor. Algunas medias son tan transparentes y finas que a veces cuesta diferenciar si alguien las lleva puestas. No llaman mucho la atención pero están ahí. Embellecen tu piel, te protejen del frío, pero son muy frágiles. No nos preocupamos si una media se enamora de un clavo y por temor a ser separados se abrazan tan fuerte, que la media acaba rompiéndose. O si se pelea con una cremallera y juegan al pilla-pilla, y la media acaba rompiéndose. En fin, una media rota, es un caso perdido.
Y a estas horas de la noche, os preguntaréis, qué hago hablando de medias, si me he cenado un tripi o quizá si el sueño me afecta. No sé, simbolismos, garabatos, metáforas...
Qué sensual es que te bajen las medias y te desabrochen uno a uno los botones de la blusa, mientras luchas con las cremalleras y desfilas en camas ajenas. Qué poético e idealizado está el sexo. Y el mundo. Nos hemos llevado hacia extremos inalcanzables, y claro, así todo nos parece insuficiente.
Nos fijamos metas que abandonamos a mitad de carrera, porque pasan otras cosas, o porque pasa la vida. Pero oye, me encanta el drama, lo poético, lo imposible, lo idealizado, me encantan las ganas de más que me hacen seguir intentándolo. Ese gustito de insuficiencia no está mal, os lo recomiendo.
Madrid puede ser sólo Madrid, sí. Pero también puede ser la ciudad de las frases en la carretera, la de las puestas de sol en los tejados, la del cruce de historias y de caminos en cada semáforo. Tú puedes ser simplemente tú. O puedes ser esa persona que cambie el mundo a su manera, con un par de medias rotas y usadas, con un par de medias recién compradas.
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