Ella dilataba sus pupilas, erizaba los pelos de su espalda, revivía las mariposas de su estómago.
Su pelo, una bandera dorada que ondea salvaje a compás con el viento.
Él no supo verla.
Él la dejó ir.
Si hubieran sabido que en ese andén sonaba la misma canción en cascos diferentes, que sólo había que girar la cabeza...
Por la mañana; un vacío en el pecho, otro en la cama.
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