martes, 10 de febrero de 2015

Punto y seguido. Punto y aparte.

Querido blog, hace un año empecé a escribir aquí. Apenas puedo creerme cómo han cambiado las cosas en un año.
Cuando empecé a escribir me sentía perdida, y efectivamente lo estaba. Hoy, parece ser que sigo igual. Es decir, me han pasado miles de cosas, buenas y malas, todas de golpe, en un tiempo récord.
Todas y cada una de las experiencias que me atormentaban han sido escritas. A veces mejor, a veces peor, a veces en clave. Supongo que todos necesitamos desahogarnos a veces, todos necesitamos gritarle al mundo la injusticia de nuestro pasado, el temor de nuestro futuro o las frustraciones de nuestro presente. Podemos encontrar mil formas de desgargar la rabia, y utilizarlas todas. Cruzar el puente y perderme entre el frío y el humo de un cigarro que se consume con mis nervios. Bailar hasta que te tiemblen las piernas y te quemen los pies. Gritar en aquel banco de aquella colina de aquel parque de aquel sitio. Escuchar bandas sonoras hasta quedarte dormida, y al despertar ver que ha desaparecido la nube de ideas negativas. Llorar con comedias románticas hasta que no queden lágrimas que derramar. Hacerte un blog y escribir hasta que deja de doler.
Me ahorro los motivos, los nombres, los datos geográficos o los números de teléfono.
Puede que esté enfadada con el mundo por ponérmelo tan difícil, y aún así doy las gracias por ello, algo bueno saldrá de esto, algo aprenderé o eso dicen los que dicen que me quieren. Y yo les voy a hacer caso, porque no me queda otra, porque tengo que aferrarme a algo ¿no?
El típico si te caes te levantas, qué otra cosa puede ser.
Puede que no me apetezca escribir más sino perderme entre páginas, acordes, diálogos, notas, voces y lágrimas. Puede que me apetezca perderme en sueños, o en pesadillas. He aprendido.
Gracias por salvarme.

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