Supongo que eres tú el que debería escribirme y yo la que debería odiarte, pero a veces se me olvida.
En los momentos de flaqueza, sobre todo, cuando no sé a quién acudir ni en quién encontrar consuelo, entonces me rindo y te escribo buscando esa utópica realidad, soñando que todo puede cambiar, que podría irme a solucionar ecuaciones y volver cuando estuviesen resueltas, y que, de esta forma, saldríamos los dos ganando. Pero ¿sabes qué? ya no sé quién gana y quién pierde, porque aunque me joda, esto no es un juego. Esto es el mundo real, y por lo general no hay segundas oportunidades. Estoy cansada de escuchar eso de "todo pasa por algo", "es porque tenía que ser así"...
Y sin embargo, si me lo dijeras tú no me jodería tanto. Necesito un consejo, no importa que sea malo.
El simple hecho de no sentirme sola y huérfana, y muerta de frío. El no pagar mis frustraciones internas con el resto del mundo, y odiar todo y a todos porque no hay culpables y sí víctimas.
Ya he aprendido que en el mundo real la justicia no existe, y que la honradez no vale nada, y lo siento si sueno pesimista, pero he perdido más de lo que he ganado y he dado más de lo que he recibido, entiéndeme.
Siguen existiendo pequeños momentos en los que el tiempo parece detenerse y compensarme por el resto de horas del día, pero después sigo preguntándome por qués sin obtener respuesta y te escribo por si acaso tú las tienes. Puede que en cierto modo me entiendas, puede que sea cosa de raíces el sentirse incomprendido, el verlo todo borroso y a ojos de otros vivir tropiezo tras tropiezo. Lo siento si cometo tus mismos errores, estoy improvisando, hago lo que puedo.
Gracias por no juzgarme, por entenderme en la medida de lo posible y ayudarme de forma invisible pero palpable.
No quería ahogarme con mis palabras.