lunes, 19 de enero de 2015

¿Casualidad o destino?

Había gastado parte de su hermosa voz en gritos banales y llenos de dolor. Le faltaba el aliento, y sus ojos se veían ya cansados, gastados de tanta espera en vano.
Hacía tiempo que se había deshecho de los relojes, pues sólo le recordaban el tiempo que pasaba sin él. Y a sus ojeras, cansadas de largas noches siendo el paraje de sus lágrimas, no les importaba la luz del día, no necesitaban ocultarse tras aquellas gafas de sol de mercadillo de playa. Y a ella tampoco le importó mostrarse sin maquillaje, es más, lucía con orgullo sus cicatrices, aunque sus heridas más profundas se hallaban dentro, sin duda dejaron huella por fuera. Y aún así, juro que la vi guapa.
Nunca más volvió a mirarnos con brillo en los ojos, con color en las mejillas o las manos sudorosas. Toda esa magia primeriza quedaba tan atrás que incluso costaba recordarla.
Dejó de usar lencería de encaje las noches de sábado, y camina por ahí sin bragas y con ganas, muchas ganas.
Había pasado menos de un año, pero ella parecía mayor. Y no me refiero a que había crecido de altura, es ese otro tipo de crecimiento que no se ve a simple vista pero que se siente. Y yo la sentía mil veces más mayor que la última vez que tuvimos contacto visual, y entonces, inexplicablemente me invadió la nostalgia.
Lo había vivido todo de golpe, y me pregunté a mí mismo si por decisión propia. Me miró con una sonrisa irónica, como se mira a los niños cuando no terminan de entender algo,  y como si me hubiera leído el pensamiento, me dijo : "Ya sabes la respuesta".
Y en el fondo la sabía, por mucho que quisiera evitar pensarlo.
Aún no sé cómo tuve valentía de decirla que había cambiado, que la veía diferente.
"Estoy bien, sólo estoy aprendiendo a vivir" me dijo.
Después escuché que alguien la vio llorar en el baño. Perdió la ilusión y la confianza, y éstas se llevaron consigo su esencia. Su dulzura de niña, su sensualidad de mujer.
Yo seguía sin creerme que la había visto. En tiempo real, era menos de un año, en tiempo de un corazón humano me había parecido una eternidad.
Continué dándole vueltas a todo aquello que acababa de pasar y recordé la última frase que salió de su boca "estoy aprendiendo a vivir".
Qué ilusa. La vida no es vida sin amor, y antes que aprender a vivir, hay que aprender a amar.

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