domingo, 27 de septiembre de 2015

Otoñodedosmiltrece

Te quiedio; te quiero y te odio.
Hace sol. Estamos en otoño, los árboles se tiñen de miles de colores y la gente empieza a refugiarse del frío, pero hoy hace sol.  No sé si es porque estoy contigo o simplemente casualidad, pero todos los universos que nos rodean parecen estar en armonía. Madrid está igual de mágico que siempre y se me olvida que es domingo. Me olvido de los problemas, de los relojes y cierro los ojos dejando que los rayos de este cálido sol acaricien mi piel.
Caminamos descompasados y callamos más de lo que hablamos, pero no importa, nuestros silencios no son incómodos, son esa clase de silencios que se disfrutan, de esos que te aportan mucho más que un puñado de palabras banales. Me río, a pesar de todo me río y pienso : joder, ¿no es eso lo más importante? Entonces sé que la despedida merecerá la pena, que lo que venga después nunca estará a la altura de este delicioso instante.
Paseamos por el retiro entre familias, parejas, grupos de amigos, y nos veo diferentes, pero me gusta.
Acabamos sentados en un banco contemplando el huracán de energía y vitalidad que nos envuelve y nos perturba, y de repente empieza a sonar La valse d'Amèlie en un acordeón y empiezo a sentirme como en un sueño. Me miras y te ríes, porque sabes que es mi peli favorita, y yo apenas puedo creerme lo perfecto que es ese momento...
Le das unas monedas aunque sabes que nunca podrías pagarle por el regalo que acababa de hacernos.
Así que sí, las lágrimas de después merecieron la pena, aún la merecen porque aquellos instantes, aquella felicidad momentánea, es eterna.

Te quiero porque estuviste y te odio porque no estás.


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