Quería creer que existía, que era posible la idea de sentir como siempre había querido sentir.
Estaba dispuesta a derribar las barreras, a tragarme el orgullo y aparcar mis miedos, y todo por una persona que me llevase a la bajada a toda hostia de una montaña rusa muy alta con solo tocarme.
Alguien que me hiciese capaz. Capaz de afrontar la vida. Capaz de todo.
No solía creer en esas cosas, hasta que ocurre: algo así como una reacción química. Y física. Y acabas olvidándote de las normas, de las reglas, de la consciencia. Quieres estar a la altura de las mariposas que crecen en tu estómago, y te deshaces de tus dudas, de tus inseguridades, y empieza a ser algo casi mágico. Y crees en la magia. Lo sientes, y es tan fuerte que te hace fuerte, ya no concives las palabras o las personas igual que antes. Esa maravillosa reacción te cambia.
Viajas a un universo paralelo creado de suposiciones, y algo en tí te dice que la caída será dolorosa cuanto más alto subas, y la parte izquierda del pecho no hace caso, te incita a seguir subiendo, te convence de que no tienes por qué caer. Todo lo que habías aprendido hasta entonces se esfuma. Te transformas: ingenua y diminuta. Estás desnuda. Tu alma está desnuda, y no hay arma más peligrosa, pues le estás regalando a la otra persona la oportunidad de destruirte y joder, no eres capaz de verlo.
No importa, hasta las heridas más profundas cicatrizan.
Es solo... que estoy cansada de ser un juguete de niños. Creo que nunca lo he sido, sin embargo, he dejado que me trataran como tal, y ahora me siento usada y rota.
¿Entendéis ahora mi deseo de volar? Pero de volar de verdad, sin una cuerda atada a mis sentimientos.
Ha crecido en mí un deseo de venganza. Y yo no puedo evitarlo, me lo debo a mí misma.
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