Ahora por fin lo entiendes y rabias consciente de todos tus autocrímenes.
Sientes miedo del miedo que te persigue, que se cuela en tus entrañas y se abre paso en todo tu ser.
Tus ojos siguen el cauce de un río que baja la montaña sin freno. Cae y fluye... desemboca en un mar infinito de sueños. Perdidos.
Tus manos, ahora manchadas de sangre inocente, las mismas que tejieron laboriosamente un futuro ahora perdido lloran llenas de callos.
Yaces en la nada, vacía, culpable de haber matado lo que te hacía sentir viva. Desdichada, maldita, cobarde.
Infeliz por haber temido salir de la jaula.
Tu mirada perdida y casi esperpéntica se lamenta y suplica perdón a las nueve musas.
No te oyen.
La respuesta alberga en el lado derecho de tu cráneo, en el lado izquierdo de tu pecho.
Pobres desgraciados aquellos que se autocondenan a vidas grises.
Míseros los que no se atreven a bailar en los tejados por miedo a caerse, condenados a la cordura.
Valientes benditos esos que saltan sin temor a caer y desnudan sus almas al mundo.
Héroes los que se enfrentan cada día al mundo por lo que aman. Los que luchan. Los que creen en todo lo que les sale de dentro.
Mis respetos hacia todos aquellos tildados de locos.
Aman, viven, sienten, y no tienen miedo, porque se sienten libres. Porque lo son.
Que el arte siga en nosotros, los locos.
Amen (sin tilde, claro) ...