Tú fuiste una de esas personas por las que creí, merecía la pena perderse, y poco a poco fuimos desnudándonos de cada piel hasta llegar a lo más hondo y lo más difícil de tocar: el corazón.
Te empeñaste en burlar mi confianza, y yo te pensaba a gritos: te quiero, y lo pensaba, porque decirlo en voz alta era otorgarte un privilegio que no te merecías, acabar perdiéndome en un mar de ilusiones y naufragar hasta una playa y esperar un mensaje en una botella que nunca llega.
Botellas hay, pero ni un sólo mensaje subliminal en ellas.
Así que me empeño en excusarte y me quedo esperando en esa playa viendo amanecer, pero completamente sola.
Tú gozas de otra compañía, me pides que te perdone y me lloras el alma, y a mí, que soy un ser sensible y desnudo, me sangran las heridas y salgo huyendo de aquello que creí, me hizo feliz.
Veo mi reflejo en esas aguas cristalinas y me dice : ¡QUIÉRETE!
Y no te quiero, porque me quiero a mí.